-Buscar todo lo que pueda conseguirse sobre el personaje y su entorno.
-Desde la reportería hasta el momento de sentarse a escribir es preciso saber a dónde se va, tener una idea orientadora que nutra todo el perfil: una idea central determinante de la estructura.
-Hacer que las cosas cotidianas se mantengan frescas y novedosas es un reto intelectual. Para ello es necesario agudizar la mirada, despertar los sentidos, salirse por momentos del círculo de la historia para no caer en lugares comunes o cliché. No incurrir en la tendencia de escribir perfiles que buscan exaltar lo pintoresco, lo exótico: el boxeador ciego, el niño bicéfalo que lee a Marcel Proust, el barrendero travestí. Hay que evitar hacer postales de la gente y convertirlas en personajes de circo.
-El perfil no puede ser lineal, porque los seres humanos no lo son. Lo que hay que buscar en los personajes sobre los que se hace el perfil es la dimensión que tienen, esa pluralidad que los hace distintos de los demás.
-Ningún extremo en el periodismo es bueno. Ni los personajes que intentan agradar al periodista, ni aquellos que cierran por entero su círculo. En cualquier caso se debe encontrar información atractiva, pero nunca hay que mentir sobre ellos.
-Los malos también son interesantes, así no sean atractivos ni simpáticos.
-Incluir voces de contraste. Una vez se realicen las entrevistas se debe seleccionar aquellos personajes que aportan a la narrativa, que ayudan a reflejar el momento y lo que está en la mente del personaje.
-Uno de los temas que debe saberse manejar es el uso del off the record. No debe publicarse información que se mantenga bajo esta reserva. Lo que puede hacerse es negociar con la persona que suministró la información para que permita que se divulgue. En todo caso, un periodista puede omitir información, pero nunca mentir.
-El periodista debe demostrar las afirmaciones que hace. No basta con decir que el personaje es neurótico u obsesivo, gracioso o irresponsable. Hay que mostrar eso que dice en el texto. Lo demás es engañar al lector.
A continuación se presenta el ejemplo de un perfil periodístico donde se pueden identificar algunas de las pautas explicadas anteriormente.
Era hermosísima. Su particular belleza condensaba el encanto de un instante de contemplación. Era delicioso mirarla. Tímida. Algo medrosa. Poco coqueta. Blanca. No muy alta. Cabello negro, ensortijado, con mucho volumen. Una maraña tierna y sedosa, como de un Medusa moderna, preciosa y sublime. Sus ojos, acaso más negros, destellaban deidad. Su nariz era recta como su espalda, y su boca era rosada invitación. No sentía la obligación de ser bella. Lo era al natural. Porque sí. No era impactante, había que descubrirla. Olía delicioso. Era Anaïs Anaïs y no lograba evaporar su esencia. Sonreía poco, pero como nadie. Bailaba mejor. Todo su cuerpo era un aliento. Tenía un discreto lunar en la mejilla derecha que era el punto seguido del poema de su belleza. Era fácil enamorarse de ella. Pero fue desgraciada.
Nunca la vi sin ropa, pero siempre bien vestida.
Azucena era elegante y pulcra. Humilde en su condición social y altiva en medio de su carácter silente. Con la frente invariablemente en alto y su mentón como estandarte, caminaba erguida, como para que no se le cayera su corona de lindeza. No era orgullo, era el esplendor de la verdad. Era imposible no admirarla. Sus dientes eran un regalo que entregaba en medidas dosis. Cruzaba las piernas en insinuación, pero sin descaro. Tenía la expresión justa para que ningún hombre fuera indiferente a su existir y para que ninguna mujer osara siquiera una simple murmuración.
Solo dos hombres tuvieron la dicha suprema de tenerla más allá de los pensamientos.
Tan misteriosas como su presencia son las flores que le prestan el nombre. Azucenas o lirios. Tienen aspecto de trompeta y un aroma que se intensifica por la noche. Blancas, asociadas con la pureza, con la inocencia, con la castidad, con los ramos de novia y con la muerte. Los antiguos egipcios ya sabían de su vanidad y del enigma de muerte que las rodea aun siendo tan bellas. Veneraban los nenúfares del Nilo, unas plantas acuáticas con flores que se abren en la noche y se cierran por la mañana. Simbolizaban para ellos la separación de deidades y eran un motivo asociado a sus creencias sobre la muerte y el más allá.
Los dos primeros novios de Azucena Ramírez murieron de forma trágica. Desnucados. El primero, Ordubay Pérez, en un paseo. Se lanzó a un charco y no midió su profundidad. Y el segundo, Jorge Garzón, se cayó de una volqueta en movimiento.
Enviudó sin ser esposa. Su mayor catástrofe vino luego. Ningún hombre quería acerársele. Le decían la silla eléctrica. El que se sentaba con ella se moría.
No soportó el voltaje de los comentarios. Se fue del pueblo.
Nunca más supe de ella.
Siempre esperé verla regresar algún día, como atraída por el hilo invisible de mis avideces. Pero solo quiso aparecerse fragmentada y dispersa en otras.