Literatura sin límites: Roald Dahl


Literatura sin límites: Roald Dahl


Roald Dahl fue un novelista, cuentista, poeta y guionista británico de ascendencia noruega. Entre sus obras más populares se encuentran Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante, Matilda, El gran gigante bonachón, Agu Trot, Las brujas y Relatos de lo inesperado.

Sus historias infantiles derrochan fantasía, pero no cursilería, tal vez porque todas ellas, a pesar de un derroche imaginativo que las catapultó inmediatamente al cine, hunden sus raíces en la realidad más dura y doméstica que precisamente le tocó vivir a un niño que, con solo tres años, asistió a la muerte de su hermana (de una apendicitis) y su padre (de neumonía); con ocho, fue azotado por el director de su colegio hasta el punto de que su madre lo sacó de allí; y, siendo apenas un veinteañero, se estrelló con un avión de la Royal Air Force con el que había recorrido media África contra los nazis y no se quedó ciego de milagro.

Dahl nació en Cardiff (Gales) el mismo año que nuestros escritores Blas de Otero o Camilo José Cela, por ejemplo: 1916, pero siempre mantuvo una relación de nostalgia prestada con Noruega, la patria de su madre, que no regresó jamás por cumplir con el deseo de su marido de que los niños fueran educados en colegios británicos. En verano, en todo caso, sí pasaba las vacaciones allí, y fueron tantas las aventuras vividas y las anécdotas que sus propios familiares debieron de contarle, que de allí sacó uno de sus libros autobiográficos más deliciosos, Boy (relatos de infancia). No obstante, le aportó mucha más fama como escritor para niños Charlie y la fábrica de chocolate, cuya trama se la había inspirado la fábrica real que enviaba productos a su escuela de Repton para que los chiquillos los probaran en primicia. El pequeño Roald soñó muchas veces con inventar una barra de chocolate que asombrara al mismísimo señor Cadbury, el dueño de la fábrica, a quien en la ficción bautizó él como Señor Wonka muchos años después, cuando se dedicaba a dormir a sus propios hijos con cuentos que sacaba no tanto de la imaginación como del recuerdo.

Para entonces, su propia realidad había superado ya muchas veces a la ficción que él podía crear porque sus años en Tanzania trabajando para la petrolífera Shell y en Kenia o Egipto como piloto le habían suministrado sobrados argumentos como para estar a punto de morir y enamorarse de una enfermera en Alejandría, que fue a la primera persona que vio después de dos meses en la más absoluta ceguera y que se le hicieron más largos que la propia II Guerra Mundial en la que participó desde Grecia. Todo aquel sufrimiento lo convirtió en aventura en su segundo libro autobiográfico: Volando solo, otra delicia absolutamente recomendable, que no ha alcanzado la celebridad de muchos de sus otros libros, incluidos los de adultos, una serie de inteligentísimos relatos que publicaba en la prensa antes de que aparecieran en libro (Historias extraordinarias o Relatos de lo inesperado), antes de casarse con la actriz estadounidense Patricia Neal y antes de que el mismísimo Alfred Hichcock, Quentin Tarantino o la televisión de los 60 se interesaran por sus historias. Precisamente en aquella época, escribió muchos guiones cinematográficos porque aún no había vendido los 200 millones de ejemplares de los que las ediciones de sus libros presumen hoy en día.

Cuando murió de leucemia un 23 de noviembre de 1990, no todo el mundo sabía que su primer libro para niños, de 1943, había sido Los gremlins, unas malvadas criaturitas que asustarían a los espectadores del cine muchas décadas después, ni que, al margen de inteligentes cuentos para niños como James y el melocotón gigante o El Superzorro, Dahl había publicado incluso libros poéticos, como el atrevido y tan adelantado Cuentos en verso para niños perversos o ¡Qué asco de bichos!, nueve historias de animales más inteligentes que los humanos.

Tomado de: El Correo Web de Andalucía

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